Conocí
al Padre Antonio Gómez, S.J. hace más de 30 años. Recién había cumplido los 17 años, fue en
abril de 1983. Un amigo nos invito a mi y a mi novia, a participar en un grupo
de jóvenes en San Ignacio. Con ella nos quedamos cautivados por la personalidad
del Padre y sus enseñanzas, no nos separamos de su guía desde entonces. El nos
casó, bautizó a nuestros hijos y los
preparó para la confirmación. No hay
duda que incidió directamente en nuestra espiritualidad.
Resumir
lo que Antonio impactó en mi vida es complicado, él era un gran intelectual y
no faltaban en su conversación referencias a grandes teólogos, filósofos y
poetas. En una ocasión leyó un texto en donde un padre le escribía a su hijo y
le decía: “hijo, que la religión sea para
ti alas para volar y no plomo en los pies para caminar”. Antonio logró que
mi fe católica, mi religión y mi forma de vivirla, fueran alas para volar y no
plomo en los pies para caminar.
Escribir
del hombre, sin referirnos a su legado sería una injusticia. El legado de
Antonio es inmenso. Vino a Guatemala en los años 60. Dedicado a la promoción de
la fe y la integración familiar. Funda
el Centro de Integración Familiar en 1971 bajo el lema “Guatemala será lo que sean sus familias”. En el terremoto del 1976
decide asistir a las comunidades afectadas en el área de Rabinal, Baja Verapaz.
A partir de esa fecha se dedica en cuerpo y alma a llevar esperanza, desarrollo
y educación a las comunidades de Baja Verapaz y funda el Hogar Rural.
El
CIF mantuvo sus funciones durante el conflicto armado o como le llama la
población Achí “la enfermedad”.
Sufrió muy de cerca y perdió amigos y colaboradores en las masacres de
Chichupac, Plan de Sánchez y Río Negro.
Antonio Gómez nunca jugo a la política y logró
acuerdos con la zona militar para reducir la conflictividad. Apoyó a la población civil y fundo el “Caserío San Pablo” para albergar y
proteger a las viudas del conflicto.
Siempre
tuvo tiempo para atender a las parejas de matrimonios que necesitaban ayuda,
siendo él psicólogo especializado en familia. Además formó una variedad de grupos,
sin embargo el de jóvenes eran su pasión y fuente principal de energía. Su
humanidad y capacidad de explicar y lograr que los jóvenes experimentaran a un
Jesús de forma sencilla, personal y cercana es lo que explica el imán que
sentían los jóvenes por el Padre Gómez.
Alguna
vez, Antonio le dijo a una amiga, que deseaba que su epitafio dijera “Me voy contra mi voluntad”. El amaba la vida y a la gente. Donde estuviera se sentía su autoridad, su
presencia y su incansable deseo de llevar los valores, la fe y la alegría de
vivir plenamente. Todo siempre para “la mayor gloria de Dios” .
Hoy
su legado se ve acechado por la corrupción, puesto que el CIF es una de las
entidades de beneficencia a las que la ley
le faculta operar como Tienda Libre en el Aeropuerto. Debido a que algunos vende patrias han
exonerado impuestos de forma ilegal, a empresas de extranjeros millonarios,
relegando de forma injusta y discriminada la tienda del CIF, más de 90
comunidades han dejado de ser atendidas con programas que combatían la
desnutrición crónica-infantil, promovían el emprendimiento y velaban por la
sanidad familiar.
Nos equivocamos
cuando decimos “descanse en paz Padre
Gómez”, Por que hoy, el CIF tiene un General
en el cielo, al estilo de San Ignacio de Loyola, cuidándonos, guiándonos y
dirigiendo a todos los que estamos involucrados en su obra. No, el Padre Antonio
Gómez no descansará en paz, desde donde esta trabajará con más ahínco por su
obra, sus proyectos y por la gente que tanto necesita del CIF.